Los aviones son como las islas, pero con alas: ecosistemas aislados, suspendidos en el aire como las montañas de la luna Pandora en Avatar o como la isla Nublar de Parque Jurásico; lugares donde la evolución sigue su curso en forma de extrañas criaturas llamadas pasajeros. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
El piloto es al avión lo que el león a la sabana. Su poderosa voz se suele oír poco antes del despegue: “Tripulación de cabina, armamos rampas y cross check”. Siempre vuelan en parejas, y su hábitat, restringido al resto de los habitantes del avión, se llama cockpit. Por cierto, ¿alguien sabe qué es el cross check?
Especie voladora del género Crew, también conocida como azafat@, aeromoz@ o auxiliar de vuelo. Destacan por su vistoso plumaje, diseñado por algún modisto famoso, como Adolfo Domínguez. Su territorio es el Galley, una zona separada por cortinas del resto del avión donde se guardan las provisiones, aunque también se mueve con soltura por la cabina de los pasajeros, con los que vive en simbiosis. Antes del despegue, ejecuta una compleja y elaborada danza ritual conocida como Protocolo de Seguridad. Tu vida puede estar en sus manos, así que ni se te ocurra llamarle camarer@, aunque te acabe de servir un café.
Especie gregaria y ruidosa que se desplaza en grandes manadas por los aeropuertos siguiendo a un líder al que llaman “profe” o “seño”. Las azafatas los adoran.
También conocido como hincha o fan, viaja en manada tras las verdes praderas donde once señores en calzoncillos corren detrás de una pelota en un ritual conocido como football, fúrbol o balompié. Se les distingue por los colores y dibujos de su club. Sus abrevaderos se llaman pubs, y pueden volverse muy agresivos si les mientan a su equipo (sobre todo después de haber abrevado).
Su costumbre de reclinar el respaldo del asiento suele desembocar en violentas luchas territoriales con el pasajero de atrás.
Tan extrovertido, el angelito. Tan simpático. Si no para de darte la tabarra, pon una cara de ogro que dé mucho miedo, pero sin que se entere su mamá.
For the birds
Especie muy peligrosa, sobre todo en vuelos de larga duración. Para defenderse de él, conviene seguir el consejo de William Hurt en su papel de escritor de guías en El turista accidental, de Lawrence Kasdan: "Lleve siempre consigo un libro para protegerse de los extraños”.
Maleducado y mandón, monta en cólera cuando se le increpa por hablar por el móvil o por levantarse de su asiento durante los despegues y aterrizajes. Acostumbrado a dar órdenes, sus frases favoritas son: “Oye, tú” o “Tú no sabes con quién estás hablando”. Las azafatas le quieren tanto que se acuerdan a menudo en su mamá. Se conocen al menos tres subespecies: el ejecutivo déspota, el político con ínfulas y el famosillo con dos copas.
Pasajero de clase turista que, por un golpe de suerte (había plazas libres, las estrellas le fueron favorables y el personal de cabina se tiró el rollo), consigue sentarse en business. Rara avis, se le reconoce por su sonrisa beatífica de felicidad.
Los criptozoólogos definen el Mile High Club como “una fraternidad compuesta por tripulantes de cabina, auxiliares, pilotos y algunos intrépidos pasajeros que han practicado sexo dentro del avión a más de una milla de altitud (5.280 pies)”. Los científicos serios creen que se trata solo de un mito, como el unicornio.
Es ese señor que llama a la azafata para pedirle un gin-tonic con Lexatin a las nueve de la mañana.
Suele marcar su territorio quitándose los zapatos o aireando las axilas. Reza para que no te toque al lado en un vuelo largo.
Colecciona millas en su tarjeta frequent flyer card como otros cromos de la liga. Su objetivo es alcanzar los 10 millones, como George Clooney en Up in the air (Amor sin escalas).
En los aviones, como en la naturaleza existen fronteras infranqueables. La cortinita que separa business y primera de turista en los aviones es una de ellas. Mientras a un lado de ese muro de tela estampada los pasajeros de clase economy viajan más apretujados que una manada de ñus en la estación seca, a otro lado de la cortinilla está el paraíso: suites privadas, camas con sábanas de seda, televisiones de plasma y platos a la carta preparados por un chef.
Aléjate de él o de ella. Es un organismo preguntón y cotilla que luego va y lo cuenta todo.
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